Del 0 al 1.


Del 0 al 1.

Las ruedas de las camillas tienen un sonido peculiar. Además, siempre chirría alguna. Es un barullo, de engranajes, barras y articulaciones; metálico, de cacharrería.

Y no te digo nada las de hace medio siglo. Pero en fin, para mi fue un barullo familiar que, inexorablemente, me llevaba a un sitio nada acogedor, gélido y con un olor, también inconfundible, mas intenso pero igual que el que se aspiraba nada mas entrar en aquel edificio.

Aquel traveling, (tan visto en el cine y las series del género en televisión), siempre fue para mí un dejá vú. Así que, entre lo dejá ecouté y lo dejá vú, pasé unos cuantos meses viajando, monótonamente, del 1 al 0.

Me explicaré. Entre viaje y viaje, se producía siempre el mismo fenómeno. Al llegar a la estancia gélida y de intenso olor a éter, me pasaban, en bolandas, de la chirriante a otra mas dura aún. Allí tumbado, el panorama había cambiado. Del traveling de los plafones del techo al inmenso foco brillante y cegador. Cerraba los ojos y ya ni siquiera intentaba mirar de reojo, a los lados, “a ver quien anda ahí”.

Solo podía escuchar la animada charla del personal, siempre como si no pasara nada .Aquella situación te enerva, te sitúa al límite del terror. Entonces, como si lo adivinaran: “…que pasa, chaval? Bien, no?...”De puta madre!” (mascullo a la vez que aprovecho para advertir: “por favor, avíseme cuando vaya a dormirme”.
“claro…, Antoñito, no?”

Ahí es cuando te trincan el brazo derecho, te lo atan y sientes un pinchazo. Y como nadie te dice nada, empiezas a sudar frío. Hasta que te equilibras con la sala.

La primera vez, pagas la novatada y lo pasas horrible. Mas que nada (al menos en mi caso) porque nunca sabes lo que vas a sentir el segundo siguiente. Es lo peor. Las pulsaciones las sientes como mazazos en las sienes; hasta llegas a pensar. “me va dar algo…”

Y, por fin: “… bueno, Antoñito (suena ridículo)  Menos mal que, antes de reaccionar mentalmente de obvia manera, el que te tiene por el brazo dice: “…te vamos a dormir; ya verás; es estupendo; notarás un calorcito en la garganta y, ya está. Listo…?”

Todo eso (y lo que no está en el escrito), es el 1. O sea, lo vivo, lo que se siente y padece, lo que se recuerda, lo que se olvida, lo que se odia, lo que se ama…: el 1.

Lo que sigue, consiste en un fundido inmediato a negro tras un leve calorcito en la garganta. La nada. El 0. Casi estoy por dejar todo en blanco (o negro) a partir de aquí, porque, en lo tocante a ello mismo, la esencia de la nada es eso: la mismísima nada y, sobre la nada no se puede escribir nada, al menos de manera subjetiva. Tiene que ser siempre desde el 1. Eso hizo el imprescindible Álvaro de la Iglesia en la portada de La Codorniz de un día de los Santos Inocentes. En portada, un tren humeante entrando en un túnel. Abrías y, una tras otra, las páginas estaban en negro absoluto hasta la contraportada: era el tren humeante saliendo del túnel. Genial no?

Pero ni yo soy genial ni (ya quisiera) Don Álvaro.

Hay mucho de lo que cuento en esa boutade. Se pasa del 1 al 0 sin más. No hay filosofía que valga. Es fulminante. Esta palabra lo define perfectamente: súbito, muy rápido y de efecto inmediato. Sabio el diccionario.

Lo que ocurre, o sea nada, entre el 0 y el 1 (si es que vuelves) es eso. Y nada mas. Casi como el cuervo de Poe.